martes, 28 de julio de 2015

Visiones


Era una noche calurosa
Bajo el cielo estrellado etíope.
Sin pijama y con la frente sudorosa
Contemplaba la triste estampa
De una mosquitera blanca
Que se había olvidado de cumplir su función
A base de agujeros del tamaño de puños
Sobre un techo medio caído y húmedo.
No pude medirlo, pero tenía fiebre,
La suficiente como para delirar despierto
O por lo menos eso es lo que me hacía creer a mí mismo.
En aquella triste habitación de paredes verdes,
Suelo de cemento, y un oportuno agujero en el suelo,
Yo no me encontraba solo. Y no estoy hablando
De los mosquitos, de las cucarachas, ni de otros insectos.
Estoy hablando de que en aquella noche de julio
Del año dos mil quince, alguien más estaba en mi cama durmiendo.
Eran otros tres seres, que me miraban sin ojos,
Que me tocaban sin manos, que me oían sin orejas y yo podía verlos.
Las fiebres y el deseo han borrado la imagen de dos de aquellos seres,
Pero recuerdo al tercero: Alargado, arrugado y seco.
Tenía forma de canuto de chocolate, era una pesadilla
Al más puro estilo de David Lynch pero sin entretenimiento.
La visión no se limitó a la observación, también dialogamos.
En aquellos momentos pregunté quiénes eran ellos:
“No somos tú, somos aquél. -respondió el canuto- Somos tú en plenitud,
Somos lo que te forma y te destruye, somos tu cuerpo.
Ahora mismo como ves, no puedes moverte.
Eso es porque yo represento en ti al movimiento.”
Los sudores fríos estaban acabando conmigo,
No entendía nada pero acerté a responder quién era yo en ese momento.
“¿Tú? Tú no eres tú, eres él. No puedes moverte
Aunque puedes pensar, tú eres tu propio intelecto.”
La visión había llegado a su punto álgido,
No había pensado por qué veía tan claro siendo la noche y su velo
Dueñas y señoras del destino de los hombres.
No lo había pensado hasta que caí en ese momento.
Un agujero que emanaba la luz más brillante
Que jamás se haya podido contemplar salía del techo.
Giré, miré y me desmayé. Allí acabó todo, no recuerdo el resto.

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