viernes, 17 de julio de 2015

Día 16, matando la sed a cañonazos

El día tuvo partes buenas y partes malas. Lo primero que hicimos fue despedirnos de la dueña de la casa de Varadero. Dijo que nos cogió algo de afecto y, la verdad, me lo creo. Con las mochilas ya en el coche nos pusimos rumbo a La Habana, en donde estaremos los próximos tres días.

El viaje en coche fue bastante ameno. Cada pocos kilómetros había policía controlando la velocidad de los coches, y entre conductores se avisaban dándose las luces largas de que había controles cerca. En La Habana conseguimos llegar a la casa que nos habían recomendado en Trinidad sin perdernos. Los dueños parecen bastante majos y son testigos de Jehová, como los de Trinidad. Lo sé por las revistas que tienen en la salita, así que muy perseguidos como dicen los periodistas españoles en general no deben estar.

Dejamos las mochilas en la casa y fuimos al hotel Habana Libre a despedirnos de nuestro compañero de viajes por la isla: el Kia Picanto con el que habíamos hecho 2.400 kilómetros en tan pocos días y que tan frescos nos había mantenido bajo el sol caribeño. Nos sentamos un rato en los magníficos sofás del Habana Libre para coger fuerzas y volver a casa. De paso aprovechamos para comprar dos ejemplares de la Constitución cubana que nos han pedido unos amigos. 

En casa estuvimos un rato preparando los puntos importantes a visitar en La Habana y decidimos el plan del día: Ir a ver las fortalezas de la bahía. Pero antes de nada había que comer así que compramos unas hamburguesas en la calle. Ahora sí que estamos sin dinero; ni euros, ni dólares, ni CUC, ni CUP. Dejamos unos momentos a las hamburguesas para que hiciesen lo que quisieran en nuestros cuerpos, bueno o malo, y nos montamos en un bus que, por cierto, estaba atestado de gente y costó 1 CUP para los dos, unos 3 céntimos de euro.

De camino a la primera fortaleza estuvimos charlando con una pareja chilena que acababa de llegar a la isla y necesitaba algunos consejos. Esta primera fortaleza era pequeña, pero muy bonita. Quizás mis impresiones sean tan positivas porque en esos momentos la sed no era el mayor de mis problemas, aunque sí lo sería a partir de ahí. La segunda fortaleza medía 600 metros de largo. Era muy muy grande (y la entrada bastante cara). Además a las 20.45 comenzaba el acto del cañonazo. Antiguamente las puertas marítimas de la ciudad se cerraban para evitar los ataques piratas. El modo de avisar a los habitantes era con un cañonazo desde esta fortaleza. Hoy, lógicamente, los piratas ya no van a Cuba en barco así que la tradición se ha quedado como reclamo turístico. Unos cuantos actores engalanados con trajes blancos y sombreros de tres puntas desfilan por toda la fortaleza hasta llegar al cañón, donde uno de ellos prende la mecha.

Estaba muy agotado. El calor era agobiante y la sed y el cansancio acumulado no ayudaban a mejorar la situación. Preguntamos a una de las taquilleras de la fortaleza, que estaba en la parada de bus, si ahí se cogía el bus que nosotros queríamos y acertamos. Lo primero que hice al volver fue subir corriendo a casa a beber todo el agua del mundo, como si se fuese a acabar. Cuando ya me había saciado bajamos a por unas pizzas que comimos mientras hablábamos con unas chicas y un chico en la calle. Además un niño vino a pedirnos un poco de pizza por gula más que otra cosa, porque le habíamos visto cenar antes. 

Yo no tenía hambre, pero Miguel me obligó a cenar todo. Quizás no tenía que haberme atiborrado de agua. Los dueños de la casa nos invitaron al desayuno del día siguiente, porque sabían nuestra situación. 

Como dije, el día tuvo cosas buenas y malas. La segunda fortaleza se me hizo muy pesada por la sed. Espero que mañana no tengamos que andar demasiado, aunque me temo que sí porque hay muchos kilómetros que recorrer.




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