Lo primero que
hicimos al levantarnos fue ir a ver si de verdad el coche estaba pinchado. Lo
estaba. Pusimos la rueda de repuesto y nos fuimos con el coche a enfrente de la
casa.
Tras un
desayuno con mucha fruta, escribí en el libro de visitas lo hospitalarios que
habían sido con nosotros. Fuimos a la cadena de reparación de vehículos
TRANSTUR, en el pueblo de al lado, para reparar el pinchazo. Nos lo cubría el
seguro, así que fue gratis. Al parecer fue provocado por la muela de un
cangrejo.
Ya en la carretera a Camagüey, paramos a echar unas fotos en Sancti
Spiritus. La catedral es de un azul intenso muy bonito. Seguimos recorriendo
los innumerables kilómetros que nos separaban de nuestro destino. La carretera
es siempre recta y monótona por lo que Miguel se cansaba y le entraba sueño.
Intenté hablarle y decir tonterías para que espabilase, y lo conseguí.
Por fin
llegamos a Camagüey. Justo a la entrada de la ciudad un negro bizco en bici nos
preguntó dónde íbamos. Le enseñamos la tarjeta de visita de la casa que nos
recomendaron en Cienfuegos y dijo que él nos guiaba. Intentamos perderlo de
vista sin éxito. Llegamos a una vivienda de dos pisos sin ninguna indicación de
que allí se hospedaban turistas. Un hombre que parecía ruso nos dijo que había
una reserva y ya estaba completo, así que se ofreció a llevarnos a la casa de
un familiar. Yo no quise que montara en el coche pero Miguel accedió.
Nos llevó a la
casa desde la que ahora escribo. Los dueños parecen gente rara pero al menos la
casa es oficial y está reglamentada. Seguiré leyendo el libro (le he cogido el
gusto) hasta la hora de cenar. Creo que es lo mismo de siempre: Es una ciudad
desconocida donde todo es extraño y da miedo, hay que acostumbrarse.
Hoy es día 1.
Como dice
Miguel, “Hay que ser positivo, en dos días llegamos al todo incluido”.