lunes, 2 de febrero de 2015

Estoy enfermo

Tengo un problema,
mi profesora de Edad Moderna
está muy buena.
Sus medias, de sus tacones a sus muslos
pasando por sus piernas
me hacen imaginar que
mejor que sobre el suelo,
bien estarían sobre mis hombreras.

Probablemente esté enfermo.

Sus tetas han cedido al inexorable paso del tiempo:
están caídas y deformes, o eso veo
entre su bufanda y su rizado pelo.

Me dobla en edad, quizás
dentro de unos años me triplique.
Las matemáticas son caprichosas.

Me relajo pensando que cegada
por la visión de épocas pasadas,
su bello púbico siga el estilismo de aquellas.

Seguramente esté enfermo.

Salgo de esa maldita aula
donde se respira mediocridad
mezclada con dosis de virilidad
y algo parecido a la ignorancia
que no soy capaz de descifrar.

El viento corta como un serrucho
corta la madera si se lo propone.
La lluvia es escasa, más o menos
como la genialidad de quienes me acompañan.

Justo cuando enfilo esa última colina
tras la que se encuentra el destino de Moisés
que no es otra que las escaleras del tren
que me lleva de vuelta a la vida,
me vibra el móvil, tengo un mensaje.
En realidad ya sé de quién es,
solo una unión predestinada de los astros
indicaría algo contrario.

Más temas sobre los que pensar
y siempre sobre lo mismo: qué pasó en el pasado.
No tengo ganas de responder pero lo hago.

En el fondo me alegro de que me hable.

En el fondo no soy tan mala persona como me tengo
o como me tienen los que no me conocen.

Quizás no esté tan enfermo.

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