sábado, 3 de noviembre de 2012

El tren del pueblo digno.

Subí al tren deseando que descarrilara. 
Vi a Inocencia en el andén y me pregunté qué pensara
 si supiera que niños mueren de hambre y nadie dice nada.
 Si supiera que no hay nada que el dinero más valga. 
Si supiera que solo subí por ver su cara. 

 Miré a un lado y a otro y abrí los ojos. 
Observé más allá del "prohibido fumar" y del reposabrazos roto. 
La verdad se abrió a la vez que mis párpados de loco.
 La mujer de enfrente me echó una mirada a modo grosso 
a lo que yo la miré y le susurré: "mentalmente no estoy cojo".

 Me levanté y el revisor dijo que me sentara, 
hice caso omiso y seguí mis andadas. 
Fui a la cafetería donde la felicidad me embriagaba. 
Nadie parecía triste, todos hablaban de fútbol y cosas mundanas.
 Me recordaron a Inocencia, pero ellos miraban a otro lado porque les daba la gana. 

El tren siguió su camino lleno de lodo 
cuando de repente se apagó todo
 y me di cuenta de que no quería que cesara el coro 
de gente gritando y repitiendo como loros. 
Yo les escupí: "no quiero ser como vosotros".

 Finalmente el tren llegó a su parada
 pero yo en vez de bajarme arreglé la lámpara
 del pasillo en el que a oscuras robaban. 
El revisor se acercó y me obligó a que parara 
alegando que por el servicio de vigilancia dinero sacaban.

 Mis pupilas se encendieron como el magma,
 imaginé mil formas de matarle con mis manos solo. 
Conocí lo que llamaban rabia justificada
 y versos comenzarion a escribir mis poros.
 Ya no me interesa el destino, solo sentirme al abrigo del tren del pueblo digno.

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